El meilenstein está colocado a la vera del camino.
Salta a la vista, por su color arena en medio de la hierba verde. Elie disfruta
el encuentro con las bornes de la calzada y hasta se permite una barra de
cereales para implorar a Claudio Augusto que acorte la distancia entre la borne
y Füssen. El
ingeniero me indica hacia las montañas del fondo, troceadas en azules y
recortadas sus siluetas con una tijera gigante. Hacia allá vamos, me dice, mira
el mapa, hace un cálculo mental, y en un dos por tres ya estamos de nuevo
pedaleando. Roßhaupten tiene ese encanto de los pueblitos bávaros. Pequeños,
pulcros, bañados de luz y de verde, vacas pastando, geranios florecidos, y su
iglesia como un gigante dormido en su callejuela principal. Blanca, de doble
nave con techos rojos y la cúpula de la torre como una cebolla apizarrada. ©VCAweg2012
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