Pasada la
sorpresa del meilenstein, desaparece el camino original entre prados y campos
cultivados a la derecha del Lech, y la flecha nos convida a entrar en los
predios de Burggen, un burgo de apenas dos mil habitantes, fundado hacia el 550
de nuestra era. El hecho de estar situado al pie de los montes bávaros, a
proximidad del Lech, le ha permitido desarrollar el turismo de marcha y
caminata. Llegamos a Burggen con el sol bramando y bañando de latigazos dorados
a todo aquello que al descubierto estuviera. Transpirábamos y cuando vimos a
unos lugareños bebiendo cervezas que parecían acabadas de sacar de una nevera,
salivamos y miramos en derredor. Familias a la sombra de árboles, bebiendo y
comiendo, niños saltando, caballos relinchando, el sol aguijoneando a los
humanos, y a las bestias también. Nos paramos en seco. Aquello parecía un burgo
encantado, de otra época, salvo las botellas de cerveza, nos miramos
sorprendidos de caer allí por azar y decidimos mezclarnos al jolgorio de los
habitantes y visitantes de Burggen. En Burggen había, en cuestión de
monumentos, poco que ver, pero antes de partir hicimos un alto en la vieja
iglesia de Santa Ana y en la parroquial de San Esteban. ©VCAweg2012
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