Amanecimos à veinte kilómetros de Augsburgo. No lejos
del río cuyas crecientes antaño provocaran inundaciones catastróficas en la
región. Y es por ello que comenzando la década del 1920, fue trazado el canal
que pondría fin a las frecuentes crecidas del Lech y a las inundaciones, que
ponían en peligro el desarrollo industrial que trajo consigo la línea ferroviaria
entre Nuremberg y Augsburgo, acabada en 1844. Para seguir adelante nuestra
ruta, volvimos a cruzar ese canal y bordear el Lech. La frialdad del amanecer
en Meitingen se siente mucho más pedaleando por la rivera boscosa. Entre las
ramas de los árboles, el sol entra como flechas doradas que se incrustan en la
hierba húmeda o terminan zambullidas en el agua. El camino que bordea el río
parece infinito. La calma de esos parajes es como una medicina suave que entra
por los oídos, se disfruta con los ojos y se respira a bocanadas. El Lech y su
brazo muerto fluyen en dirección contraria a nosotros. A veces el camino se
sale de su curso húmedo y desciende hacia los bancos de arena del río. Puentes
sobre el río, puentes soportando carreteras que surcan la Baviera y se deslizan
por planicies y campos laborados. Pilares marcados por coloridos grafitis,
hechos por manos rebeldes, yo diría de contestatarios que solo saber hacer a
escondidas. El sol comienza a subir como un globo. La tierra se nutre de su
calor y el rocío se desvanece a medida que galopa la mañana. ©VCAweg2012
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